La pesadumbre se define como la pena o malestar por una preocupación.
Vivimos tiempos donde la preocupación está permanentemente presente por la COVID19, que si las cifras aumentan, que si a las ciudades y barrios se les limitan sus relaciones, tiempos, etc. Uno tiene la sensación de trabajar, estudiar, pero no poder disponer de tiempos de respiro con gente querida. Hay un miedo permanente que se alarga y que genera una incertidumbre general que va reforzando esa pesadumbre.
El tiempo que estamos viviendo está marcado por la inestabilidad y la incapacidad de planificar, porque hay un riesgo inminente de ser contagiado por el coronavirus. Nuestros derechos y nuestras libertades se han visto notablemente limitadas y la persona siente que va perdiendo posibilidades de poder salir, estar con su gente, compartir sentimientos en el cara que cara, etc.
Uno de los aspectos que más se están repitiendo en las entrevistas en consulta son los altibajos emocionales, unos días la persona se encuentra con energía y ganas de hacer actividades y otras le invade el miedo y el bloqueo, generándose un sentimiento profundo de pesadumbre. Una adolescente verbalizaba el otro día en consulta que no quiere salir de casa, que se encuentra apática y rabiosa por sentir que sus quince años se le escapan y no disfruta como lo debería estar haciendo con sus amistades, que solo se dedica a estudiar y que tiene mucha ansiedad, no pudiendo descansar por las noches. Su sentimiento es muy generalizado en muchos adolescentes, cuyo horizontes se ve enturbiado.
Toda la población tiene un sentimiento de hastío y de pesadumbre por la situación, porque en realidad de forma paulatina se han ido viviendo múltiples duelos, generándose primero expectativas de que la realidad pusiese volver a la normalidad y no ha sido así. Sentirse más irritable, más hastiado, triste, apático, ansioso son respuestas normalizadas a la realidad que estamos viviendo. Hay muchas personas que se encuentran exclusivamente teletrabajando y que han dejado de salir de casa, arreglarse, relacionarse y comentan el alto nivel de ansiedad que están sintiendo y dificultad para realizar sus actividades cotidianas.
Quizás lo más relevante es valorar si la pesadumbre que uno vive se convierte en un problema que afecta notablemente: ansiedad generalizada, falta de control y respuestas problemáticas para mí y para los demás, ausencia de ganas de hacer cualquier cosa, problemas de pareja excesivos, tristeza general, pensamientos obsesivos repetitivos sin control, irritabilidad permanente. Cuando uno vive estas situaciones es recomendable que se externalice la ayuda buscando un psicoterapeuta, como cuando nos duele algún aspecto corporal y pedimos cita con el doctor, la salud mental afecta todas las facetas de nuestro cuerpo y toda nuestra vida.
Es cierto que ante esta pesadumbre uno puede tratar de mantener rutinas de cuidado y de autocuidado, respetando la ley. La realidad que vivimos es complicada y difícil, pero nosotros podemos tratar de no hacérnosla más desesperante de lo que es. Pedir ayuda tanto de las personas cercanas como de los profesionales es fundamental para poder sacar momentos donde recargar fuerzas. Lo más difícil, pero lo que resulta también imprescindible, es poder aprender a vivir con esta realidad de incertidumbre, con esa pesadumbre que a veces se siente, con ser conscientes de que hay una gran parte que no depende de nosotros, pero en la que sí depende, nos hacemos nuestra vida más llevadera y no «sufrimos de más».